domingo, 29 de julio de 2007

Ser o no ser

¡Ser o no ser; he aquí la cuestión! ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con su atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza...? Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ver aquí el grande obstáculo; porque el considerar qué sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito, de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte, aquel país desconocido, de cuyos límites ningún camino torna, nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes: así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos.

Hamlet

sábado, 14 de julio de 2007

Mythologia 6: La caja de Pandora

Los dioses encargaron a los hermanos Prometeo y Epimeteo que crearan a los animales y al hombre y que les dieran los recursos necesarios para sobrevivir. Epimeteo creó a todos los animales. Prometeo modeló cuidadosamente a los hombres con una mezcla de tierra y agua, procurando que se parecieran a los dioses.
Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese distribuir las cualidades de los animales:
- Una vez que yo haya hecho la distribución -le dijo- tú la revisas.
Epimeteo, con el permiso de Prometeo, comenzó el reparto. A unos les daba fuerza, pero no rapidez, que se la daba a los más débiles, a otros armas, a los que proporcionaba un cuerpo pequeño les daba alas para volar, a otros un cuerpo grande para que pudieran defenderse. Así, de forma equitativa, fue distribuyendo todas las facultades para que todas las especies pudieran sobrevivir. Después los cubrió de pelo espeso y piel gruesa para protegerlos del frío del invierno y del calor del verano. Para que pudieran moverse con comodidad a algunos les puso en los pies cascos y a otros una piel gruesa. Para que se alimentaran a unos les dio hierbas de la tierra; a otros frutos de los árboles y a otros raíces y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. A los animales que eran comidos por otros animales les concedió una gran fecundidad para evitar que su especie desapareciera.
Epimeteo, que no era muy listo, gastó, sin darse cuenta, todas las cualidades en los animales más brutos y dejó a la especie humana sin facultades.

Cuando llegó Prometeo para revisar el trabajo de Epimeteo vio a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo y sin armas para defenderse.
Se acercaba el día en el que los hombres debían vivir en la tierra y Prometeo que amaba a los hombres les concedió el fuego para que pudieran sobrevivir y les enseñó a respetar a los dioses. Los hombres, como estaban hechos a semejanza de los dioses, adquirieron la capacidad de articular sonidos, vocales, palabras y nombres, inventaron viviendas, vestidos, calzado y aprendieron a obtener alimentos de la tierra.
Un día Prometeo sacrificó un gran toro a los dioses e intentó, como siempre, favorecer a los hombres, aunque tuvo que engañar a los dioses. Para conseguirlo hizo dos partes con el asado. En un montón escondió la carne bajo una capa de huesos y tendones, en el otro montón puso el resto de los huesos y los cubrió con apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió el plato de huesos y Prometeo se quedó con el plato de carne para los hombres.
Zeus, enfadado por el engaño, quitó a los hombres el fuego.
Prometeo, apenado por los hombres, trepó al monte Olimpo y robó a Atenea la sabiduría de las artes y a Hefesto el fuego de su forja. De este modo recibieron los hombres los conocimientos y los recursos necesarios para conservar la vida.


EL CASTIGO DE ZEUS:
Para vengarse de Prometeo por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que creara la primera mujer de la tierra.
Hefesto modeló con arcilla una bellísima mujer que se llamó Pandora. Cuando Zeus le infundió vida la belleza de Pandora impresionó a todos los dioses del Olimpo y cada dios le fue concediendo una cosa. Atenea la dotó de sabiduría, Hermes de elocuencia y Apolo de dotes para la música. El regalo de Zeus consistió en una hermosa caja, que se suponía contenía tesoros para Prometeo, pero le dijo a Pandora que la caja no podía abrirse bajo ningún concepto, lo que Pandora prometió a pesar de su curiosidad.
Pandora y su caja fueron ofrecidos a Prometeo, pero este no se fiaba de Zeus y no quiso aceptar los regalos. Para que Zeus no se ofendiera Prometeo entregó ambos regalos a su hermano Epimeteo y le dijo que guardara bien la llave de la caja para que nadie pudiera abrirla. Cuando Epimeteo conoció a Pandora se enamoró locamente y se casó con ella, aceptando la caja como dote.
Un día Pandora, que era muy curiosa, no pudo aguantar más, le quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja, de la que salieron cosas horribles para los seres humanos como enfermedades, guerras, terremotos, dolor, hambre y otras muchas calamidades.
Al darse cuenta de lo que había hecho, Pandora intentó cerrar la caja, pero sólo consiguió retener dentro la esperanza que, desde entonces, ayuda a todos los hombres a soportar los males que se extendieron por toda la tierra.

PROMETEO ENCADENADO:
El castigo de Prometeo fue horrible. Zeus ordenó a Hefesto que lo encadenara a una roca del monte Cáucaso, donde todos los días enviaba a un águila, hija de los monstruos Tifón y Equidna, para que se comiera el hígado de Prometeo. Como Prometeo era inmortal, su hígado volvía a crecer cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. Este castigo debía de durar toda la eternidad pero cuando habían transcurrido treinta años, Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y mató con una flecha al águila. Zeus perdonó a Prometeo aunque le condenó a llevar las cadenas y la roca durante toda la eternidad.